Capítulo 2- Sólo es tiempo- Bel
- Isma y Sandra- susurro en voz muy baja.
Ladeo la cabeza hacia un lado para conseguir leer el resto
de las frases. Son letras extrañas, mal dibujadas. Pero que, tal vez, para los
que las escribieron son las más bonitas del mundo.
Pienso en esos dos nombres y me concentro en su trazo.
Sonrío al pensar que puede que esas dos personas todavía estén juntas. Es
bonito. Sería bonito. Alzo la cabeza otra vez. Dos chicas muy pintadas hablan
en voz baja en una esquina de la clase. De vez en cuando ríen con
confidencialidad. Cuatro chicos juegan al futbol con una bola de papel
utilizando dos mesas como porterías. De vez en cuando apartan aún más las mesas
de su alrededor para agrandar el campo. Cinco chicas hablan animadamente cerca
de los chicos que juegan a futbol, pero sin invadir su territorio. De vez en
cuando alguna hace una inexplicable y confusa tontería. Las demás personas
hablar y ríen. Sólo un chico permanece en su pupitre, con una libreta al lado,
copiando los deberes que anoche no tenía ganas de hacer. Y yo. Yo también estoy
sentada frente a mi mesa. Sin embargo, hay una diferencia. Yo estoy sola.
Incluso el chico que copia los deberes tiene más compañía a su alrededor que
yo. Aquí. Sentada atrás y en una esquina de la clase poca gente se percata de
mi presencia. Mejor. Mucho mejor. Me giro y cojo de mi mochila mi libro de
“Romeo and Juliet”. Me encanta. El inglés es una lengua tan bonita… Y si a eso
además le añades las inmejorables frases de Shakespeare la cosa cambia mucho. A
mejor, por supuesto. Sin embargo, no ha sido la mejor elección. Pronto el libro
desaparece de mis manos.
-
Los siento, Anibel, pero necesitamos las
preciosas hojas de tu libro para nuestra pelota. Se está empezando a romper y
tenemos que hacer otra nueva.- Y antes de que pueda hacer nada por evitarlo,
ese sonido insoportable de papel rompiéndose invade mis oídos.
Estoy a punto de llorar. Pero no lo hago. No puedo hacerlo.
Si lo hiciera sería peor. Ellos ganarían. Miro atentamente ese rostro de felicidad
y suficiencia. Amplia sonrisa en la cara. Ojos brillantes. Cejas que se
levantan cuando mira a sus compañeros y se bajan cuando me mira a mí. Esa cara
de incredulidad cuando ve que me ha afectado. Los demás ríen. “Eres el puto
amo, Marc”, escucho varias veces.
-
Puedes llamarme Bel- susurro en voz muy baja y
triste, pero ellos ya están demasiado concentrados en su juego como para escucharme.
A pesar de que el juego les entretiene y que él mismo ha
empezado a jugarlo, es Marc quien vuelve a detener la gran jugada que Carlos
estaba haciendo. Las cejas de éste se levantan. Más incredulidad. Pero en
seguida sigue a su otro amigo, ansioso por ver que va a hacer.
-
¡Eh!, Anibel, ¿Por qué no coges tu libro? Ya no
lo necesitamos. Ya puedes seguir leyendo, algunas páginas no están rotas- Y
suelta una carcajada, seguida de otras más de sus amigos.
La clase se apiña en este pequeño rincón. De repente siento
un calor terrible. Y un olor. A desodorante de espray… Ese olor tan empalagoso
me detiene la respiración. Empiezo a sudar. La alergia. Otra vez. Respiro cada
vez más rápido, con la desesperación dibujada en la cara. Algunos se alejan
para no verme, otros se quedan para ver el espectáculo y reírse.
-
¡Pareces una foca después de correr un maratón!-
exclama Carlos entre risas. Los demás también ríen.
Pero yo ya no pienso en ellos. No puedo concentrarme en sus
rostros ni saber qué expresión tiene cada uno. Me empiezo a marear y todo
empieza a dar vueltas. Intento coger la pastilla que me recetó el médico para
que me ayudara a calmarla. No esta. ¿Entonces done pue…?
-
¿Buscas esto, Anibel?- pregunta Marc con un tono
burlón en la voz.
La tiene él. Entonces ya está. Todo perdido.
-
Por favor…- susurro con desesperación.
-
¿Me lo ruegas? ¡Arrodíllate ante mí!- ordena con
aires de rey.
Una chica que a veces se ríe por lo bajo cuando se burlan de
mí, se une a la conversación. Pero no igual que los demás.
-
Dale ya la pastilla esa- ordena quitándosela de
las manos. Marc hace un gesto de protesta pero no dice nada más.- ¿No ves que
está a punto de morirse, imbécil?
Y me la da corriendo. La cojo con fuerza, aunque mis manos
tiemblas y no tarda en escurrirse y en caerse. Ella me la mete en la boca y
trago. De seguida recupero el control de mi respiración. Y en ese momento
siento como la boca de Marc vuelve a abrirse y empieza a moverse para soltar
otro nuevo insulto. Aunque, cuando lo va a hacer el profesor de matemáticas
aparece en el aula. Su figura erguida y seria se mueve con movimientos rápidos
y precisos que imponen, hacia su mesa. Todo el mundo corre hacia su asiento
como si de ello dependiera su vida. Mientras que yo solo intento reprimir las
lágrimas que luchan por escapar de mis ojos.
-
Separad
las mesa, ¡ya! A partir de este momento empieza el examen y no quiero que hable
nadie. Y mucho menos que alce la vista de su examen- ordena con una voz potente
y amenazadora.
Bajo la cabeza ante su ceño. Cuando reparte el examen ni
siquiera lo miro a la cara. Poca gente lo hace. Le tienen miedo. Agarro mi
calculadora con las manos aun un poco temblorosas y empiezo a calcular
velozmente. Las ideas y los números simplemente salen de mi cabeza sin ni
siquiera tener que parame a pensar mucho. Y mi mano traza números perfectos sin
ni siquiera yo mirar como lo hago. Sonrío. Estoy tranquila. Tal vez como jamás
lo haya estado antes. Y eso me reconforta por unos instantes. En 20 minutos ya
he terminado el examen y lo he revisado una vez. Me levanto con la cabeza gacha
(órdenes del profesor para no copiarnos). Aunque intuyo que el resto de la
clase ni habrá empezado, pues no se escucha ni el sonido del lápiz al escribir
en este silencio absoluto.
-
Ya he acabado-le digo en un susurro tan
silencioso que ni siquiera sé si he hablado de verdad.
-
Muy bien. Déjalo aquí- me ordena él en voz alta.
Lo dejo justamente donde me ha dicho. Cuando voy a girarme
para dirigirme a mi sitio, su voz vuelve a detenerme.
-
Espera, Anibel- otra vez con el dichoso nombre-
Deja estos papeles en el casillero de la profesora Marta Fernández.
Los cojo, seria, y desaparezco de la clase. Justo en ese
instante, cuando escucho el portazo a mis espaldas, empiezo a llorar. Corro
hasta el lavabo que está unos metros más allá. Me meto en uno de los baños y
sigo llorando en silencio. No
paran de brotar lágrimas de mis ojos, es inevitable. Pero no lloro por mi pelo.
Ni por mi aspecto. Ni por mi ropa. Lloro por ellos. Por los amigos que no
tengo. ¿Qué daría yo por al menos un amigo? Infinito. Sí, eso no tendría
precio. Por alguien con quien compartir mis pensamientos, mis preocupaciones,
mis decisiones… daría la vida. Pero sin embargo, aquí me quedo. Con las
lágrimas en los ojos. Con un montón de sentimientos en mí corazón. Pensando en
mi única utopía.
De repente, la puerta del lavabo se abre de nuevo, aunque
mis lágrimas no consiguen acallarse.